sábado, 21 de febrero de 2009

ERASE UNA VEZ UNA SEXY BISMOL...

Era divertido conocer nuevos mundos, en especial ese mundo oscuro, polémico, tan ajeno, de las citas sexuales por internet. Pero una vez que un XXX amante mío me convenció de que era un favor necesario que le diera mi opinión sobre las fotos con su esposa, no tenía una excusa que no me hiciese parecer mojigata para no aceptar.


Así que la trampa era registrarse en el sitio web para poder mirarlas. Fue divertido hacer un personaje tratando de no ser descubierta por alguien que pudiera armar el rompecabezas de mi edad, mi sexo, mis hábitos sexosos, mi apariencia, entre otras tantas promesas que ponen los asiduos al sitio. Una vez registrada, pude observar morbosa las tan apreciadas fotos de XXX. Me preguntaba al ver a su esposa si así me veía yo también, y no me refiero a las cualidades físicas, sino a la atrevida entrega.


Después de atender la ventana del msn de XXX con mis sinceros comentarios sobre las fotos, cerré la página aquella y no la abría más… hasta un mes después. Toda una novedad. Más de 30 correos, besos, vinos y flores virtuales con las invitaciones más atrevidas e inquietantes. Desde el hombre que ofrecía basta experiencia, hasta la pareja ultra-open-mind que pedía mi foto para saber si a ambos les atraía y programar un encuentro.


No sabía si estaba lista para dar el primer paso. Así que di un saltito.


Fui decantando opciones una a una. Hasta que al fin me decidí por lo que consideraba más seguro, “normal”, conocido: un hombre de mi edad, estatura, ingeniero, soltero, y que no buscaba ni tríos, ni orgías, ni drogas. Sexo uno a uno prometía y suma discreción.


Así fue que terminé con un contacto nuevo en el msn. Un intercambio de fotos, de presentaciones, horas de charla interminable, llamadas furtivas, elogios virtuales. Y una cita al cine.


Pero no hubo cine. Preferimos comer una pizza en la entrada mientras platicábamos. Observaba como ordenaba delicadamente las servilletas, los sobres de catsup, salsas y demás, creando la imagen de un ejército disciplinado listo para recibir órdenes. Esa no era buena señal.


Hubo más. En la siguiente cita terminamos intentando hacer el amor en un cuarto de hotel que parecía el departamento de una feliz familia con decorador contratado. Y digo intentando, porque negociar protección con alguien que no quiere contagiarse de nada, pero que cree que no hay placer con ella, es harto complicado. Aquí el lobo fue cazado por su presa.


Y si era soltero, pero con novia. Pero la novia era una santa, y el quería más. Ya no podía vivir sin ella pero era muy aburrido vivir con ella. Y mientras el bla bla bla inundaba la cama en que paciente le escuchaba, desnuda pero con los anteojos puestos, tomaba extensas notas en mi libreta, para hacer de vez en vez preguntas aclaratorias.


Mi pago fue convertirme en la amante amiga más comprensiva del mundo.


Algo andaba mal, porque mi estomago rezongaba de sólo pensarlo. Así que, tomé sana distancia y me desaparecí atenta a mi queja estomacal. Duré un par de mails desesperados sin contestar. Hasta que medio año más tarde, aburrida, en una ciudad atascada de tráfico, dejé de negarme a sus llamados:


- ¿Cómo estás?

- Bien, ¿y tu?

- Bien también, he estado viajando mucho. Fui a TTT. ¿Por qué no contestas mis correos? Te llamo pero no te he encontrado.

- Ahhh!!! Es que estaba… humm… enferma.

- ¿Y estás mejor?

- Eso parece…

- ¿Nos podemos ver? Me encantaría hacerte el amor.

- Ya, suena bien. ¿Cuándo?

- Ahora mismo ¿esta bien? Pero antes de que cierren las tiendas.

- ¿Las tiendas?

- Sí, me encantaría que te vistieras de rosa.

- ¿Cómo?

- Sí, es que no te lo había dicho, pero me encanta el rosa.

- Ah! No sabía. ¿Y qué propones?

- Te parece si vamos a buscar un lindo baby doll rosa, unas medias, una tanga. Todo del mismo color. Yo pago.

- Es que… (silencio)

- ¿Te molesta?

- No, propiamente no, pero el rosa no es mi color… ¿podríamos escoger otro?

- He tenido muchas fantasías contigo vestida de rosa.



En ese momento, mi estomago rechinó. Me imaginé entonces vestida de rosa con un enorme letrero “Pasen a ver a la sexy bismol” con enormes letras amarillas. Por mis poros secretaba un líquido espeso, pegajoso, también rosado, el cual él lamía efusivamente en su afán de ser laxado. Convertirme en un remedio, al alcance de su mano en el supermercado o la tienda de la esquina, para sus limitaciones. Para purgar, literalmente, su espíritu constreñido, con un sexo escondido y caramelosamente amargo.


- ¿Sabes? No ando bien del estomago… ¿lo podemos dejar para otro día?

- ¿Qué tienes?

- Estoy estreñida.